La última película de Woody Allen es una vuelta a los orígenes en toda regla.
Vuelve a su querida Manhattan que nos muestra con tanto encanto, vuelve el “tú a tú” cómplice con el espectador, vuelve esa misantropía que siempre le caracterizó (encarnada a la perfección por un Larry David que salta a la gran pantalla) y vuelve “su comedia”.
Un argumento que en un principio puede guardar cierto paralelismo con su vida (como prácticamente todo lo que hace, pero este roza la faceta más polémica) que te sumerge en su universo a través de unos personajes muy bien perfilados, a los que rápidamente coges cariño.
Desde el viejo ególatra Boris, hasta la inculta e inocente Melody (habrá que ver la peli en v.o. sólo por este personaje) y un sinfín de individuos que reúne en relaciones imposibles y de lo más disparatadas.
Toca la existencia, la inteligencia, la estupidez del ser humano, el amor y en definitiva los cambios que puede llegar a sufrir la vida de cualquiera cuando menos te lo esperas.
El cine de Woody Allen nunca dejó de ser un producto interesante de calidad, pero lo es más cuando reúne todos los ingredientes que más representan su cine y los encierra en un pequeño homenaje a sí mismo. Y como bien versa el título de la película, “si la cosa funciona” que siga así por muchos años.
No os dejéis engañar por la poca pretensión que pueda sugerir la película.
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